Iñigo Arregi, más que un escultor – Arantza Otaduy [ES]

Iñigo Arregi, más que un escultor.

 

Todo aquel que se aproxime a la obra de Iñigo Arregi descubrirá a un artista autodidacta y completo, capaz de plasmar sus anhelos e incertidumbres con todas aquellas técnicas artísticas que le permiten desarrollarse como creador y como transmisor de ideas.

 

Iñigo despliega un amplio abanico de experiencias y genera una nueva iconografía que evoca sus profundas raíces vascas y mondragonesas. Su obra, enérgica y meditada, plasma, de manera, casi inconsciente, el legado cultural propio de la villa que le vio nacer. Es, sin lugar a dudas, heredero de los grandes escultores vascos de comienzos del siglo XX. De ellos aprendió a ser fiel a sus orígenes y a esculpir el vacío. Pero, logra dar un paso más allá y, con él, la escultura vasca avanza para acercarse a la cotidianeidad. Iñigo consigue convertir en arte cualquier objeto común, y construye un nuevo puente a través del cual jóvenes artistas vascos beben de la obra de genios como Jorge Oteiza.

 

La deuda con el artista oriotarra es más que evidente, pues a Iñigo, también le preocupa el vacío, el juego de volúmenes, el lleno y el hueco. Su obra como escultor recuerda a sus comienzos pictóricos. Juega con el cromatismo de las obras, con los juegos de luces y sombras. Pero, las pinturas y grabados de sus orígenes, también mantenían grandes nexos con la escultura y los relieves de su última época, con los que comparten el gusto del artista hacia las formas geométricas, el perfilado de los bordes, la dureza de las aristas o la sensualidad de las curvas.

 

Ballet sinuoso de formas.

 

La obra de Iñigo se debate entre la rotundidad masculina de los soportes y la ligereza y feminidad de las formas que rematan su escultura. Es un constante abrazo entre lo femenino y lo masculino. Un beso de Brancusi que firma la paz entre los opuestos.

 

Son esculturas que representan una danza rítmica que invade el espacio. Transmite energía, como una Escalera de Jacob en la que la carga eléctrica atraviesa el material de las obras y electrifica el aire, convirtiéndolo en plasma estelar que pasa de un soporte a otro, creando hermosas filigranas ante la atenta mirada del espectador.

 

Son piezas en la que el material rígido y uniforme se transforma en algo elástico y maleable, casi líquido, que se estira y deforma mezclándose con el aire que lo envuelve.

 

Tránsito hacia un nuevo nivel de conocimiento.

 

A Iñigo le atraen especialmente los objetos cotidianos. Puertas, barreras, ventanas y llaves son, en muchas ocasiones protagonistas de sus esculturas y relieves. Todas ellas representan el acceso, o no, del iniciado a un nuevo nivel de conocimiento. Las puertas y ventanas amplían el horizonte del observante y las barreras le impiden ascender a un escalón más elevado. Para acceder a él, hay que utilizar las llaves que esculpe Iñigo.

 

En puertas y llaves es más que patente la unión del artista con el pueblo que le vio nacer, Arrasate/Mondragón. Los portones barrocos que abren el paso a la villa medieval de Mondragón, son, consciente o inconscientemente, la fuente que inspira a Iñigo para la realización de esas obras. Las llaves vuelven a ligarlo a Arrasate, reconocida villa cerrajera.

 

En cuanto a los relieves, recuerdan ventanas que se abren a un horizonte de niveles entrelazados de formas geométricas. Iñigo Arregi crea, crea y crea para perfeccionarse como artista y conocerse mejor.

 

Arte hipnótico.

 

El arte de Iñigo engancha, absorbe, invita a reflexionar, a imaginar y presuponer lo que el creador quería trasmitir con sus objetos. Objetos que en ocasiones sólo surgieron para plasmar el ideal estético de su creador, ante un sentimiento o un acontecimiento biográfico impactante.

 

El magistral trabajo de Iñigo Arregi invita a trabajar al cerebro del observante, pero, sobre todo remueve sentimientos, alimentando, así, el espíritu de quien se planta ante estas obras. Obras que dejan de ser simples objetos para convertirse en verdadera expresión artística.

 

 

– Arantza Otaduy